Vuestra transparencia, nuestra confianza.


La vinculación de la ciudadanía con la clase política resulta extremadamente compleja. Establecer parámetros para valorarla no deja de ser un ejercicio altamente peligroso y ciertamente tentador si lo que se quiere es realizar evaluaciones y obtener conclusiones, siempre susceptibles de ser deficientemente evaluadas, sino manipuladas, con fines evidentemente partidistas. En un momento en que la desafección de la ciudadanía por la clase política llega a niveles que nos dejan al borde del abismo social, debemos ser conscientes de que nuestra participación es crucial para invertir esta situación. Los políticos, los empresarios, los trabajadores, todos y cada uno de nosotros pertenecemos a la ciudadanía, formamos parte de la sociedad, esa sociedad en que nos ha tocado vivir y que, con mayor o menor agrado, aceptamos, pero por cuya mejora inexcusablemente debemos luchar. El egoísmo social y la desconfianza implantados entre nosotros pueden ser fruto de muchos, demasiados factores: la corrupción, las prebendas, los favoritismos, el descontrol, el despilfarro, la prevaricación, la injusticia, el caciquismo, y un largo etcétera, a los que diariamente nos debemos enfrentar, pero la responsabilidad de invertir esa situación es nuestra, solo y exclusivamente nuestra. En este sentido la sociedad debe favorecer la creación de mecanismos que permitan renovar la confianza en todos y cada uno de sus miembros, sin excepción. Uno de esos mecanismos, tal vez el más importante, es la transparencia.
Gráfico 1.  Indicador de la confianza política. Fuente: Centro de Investigación Sociológica.


La transparencia, lejos de ser una utopía, lejos de ser un valor subjetivo vinculado a la moralidad, a la ética o a la justicia, es una realidad, es tangible, científicamente evaluable y fácilmente contrastable. Los indicadores que se deben poner al servicio de la transparencia para que esta forme parte indisoluble de la sociedad son claves para el éxito. Esos indicadores deben ser favorecidos por una legislación hecha para todos desde el seno de la sociedad, y es aquí precisamente donde el concurso del legislador resulta trascendental. Debe exigírsele un ejercicio de virtuosismo y responsabilidad para poder llevar a buen puerto este objetivo, desechando en este camino las vinculaciones y entramados existentes innegablemente entre los poderes, no solo aquellos que los tratadistas clásicos dilucidaron y que la Ilustración recuperó para nuestra modernidad, esto es, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, sino también los que más recientemente son capaces de orientar las líneas de pensamiento social; es decir, el económico y el de los medios de comunicación, íntimamente ligados. Nuestro crecimiento y desarrollo como sociedad dependen exclusivamente de la recuperación de la confianza que en nuestras instituciones se depositó, y todos somos responsables de ello, pero especialmente aquellos que fueron elegidos para, en representación de la ciudadanía, gestionarlas con transparencia. 

La transparencia se erige, por tanto, como el instrumento indispensable generador de confianza para con todos los sectores de la sociedad, aplicable tanto a la política y a las instituciones, como a las empresas, a la educación, a la sanidad, a los medios de comunicación o a cualquier otro ámbito en que se desarrolle una actividad en la que la sociedad se vea involucrada directa o indirectamente, puesto que será ella la que evalúe la gestión que se hace sobre ese servicio. Demostrar la transparencia en estos sectores es sencillo, solo requiere la aplicación de los indicadores apropiados que la sociedad demanda. Estos indicadores reflejados parcialmente en el “Proyecto de ley de Transparencia, Acceso a la Información Pública y Buen Gobierno” no pueden quedar en el olvido y deben constantemente renovarse atendiendo a los requerimientos de la ciudadanía: Vuestra transparencia es nuestra confianza. 


Mérida a 26 de enero de 2013.

Rubén Cabecera Soriano.

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