¿Socialdemoqué? o manifiesto para la recuperación de la socialdemocracia.

Socialismo. Fuente: www.talcualdigital.com


La Conferencia celebrada en Londres del 25 al 29 de septiembre de 1865 supuso el nacimiento de las bases de la socialdemocracia con la definición de los principios sociales y laborales de protección e igualdad para los trabajadores que debían ser defendidos desde los partidos políticos en sus distintas vertientes o, alternativamente, desde planteamientos revolucionarios y de lucha de clases para erradicarlas y destruir el Estado. Me cuesta creer que alguno de ellos pudiese haber acertado si hubiésemos preguntado a Marx, Engels o Bakunin en esa Conferencia y, a pesar de las discrepancias que existían entre ellos, sobre cómo se gestionarían, organizarían y lucharían los partidos políticos socialdemócratas casi ciento cincuenta años después. Evidentemente la sociedad ha cambiado, el desarrollo económico se ha impuesto como modelo –siguiendo una crecimiento exponencial iniciado a principios del siglo XIX-  y la dinerosis se ha erigido como la gran enfermedad social de principios del siglo XXI. Difícilmente podrían haber previsto el escenario actual tal y como lo conocemos, pero realmente su falta de acierto radicaría fundamentalmente en la inacción por parte de los líderes socialdemócratas frente a la evolución de la sociedad; les asombraría –y seguramente indignaría- su estatismo e incapacidad para renovarse al ritmo que marca el mundo y su insolvencia a la hora de dar respuesta a las nuevas demandas sociales y plantear alternativas reales al modelo neoliberal y neocapitalista reformulado a mayores –a pesar de la palabrería de muchos dirigentes, todos ellos caídos por los efectos devastadores de la crisis- tras el colapso del sistema bancario, pero sobre todo les horrorizaría la connivencia de los pocos dirigentes socialdemócratas aún en gobiernos a la hora de transformar, incumpliendo sus vagas promesas electorales, sus políticas programáticas socialdemócratas en políticas mercantilistas al estilo de las desarrolladas por el gobierno de Schröder, heredero del primer partido socialdemócrata, fundado en Alemania en 1869, el SPD, con la finalidad de mejorar la competitividad de su economía a pesar de las desastrosas consecuencias sociales que acarreaba la reducción de los seguros de desempleo y sanitarios, la disminución de los salarios y la “flexibilización” del mercado laborar. Resultado: el derrumbe del SPD alemán, al igual que acontece con cualquier otro partido socialdemócrata europeo, eso sí, con algún año más de retraso y con la sensación de no haber aprendido nada o, peor aún, con la frustración ante la incapacidad de reaccionar frente una evidencia que se venía concretando día tras día.

Es posible, pues, que esta antiquísima socialdemocracia actual –paradojas temporales al margen- esté, por definición e idiosincrasia, incapacitada para gobernar hoy en día y se vea relegada a un discreto –cada vez más- segundo plano, desde el que solo le quede ejercer una enfermiza oposición mientras se decide a limpiarse en profundidad y, una vez renovada, asumir un cambio que refleje la realidad social en la que estamos naufragando y frente a la que pueda ofrecer alternativas reales y realistas, que no provoquen nuevamente la decepción de sus militantes o lo que es peor aún, de su electorado, por el sometimiento de sus dirigentes a los poderes fácticos, frente a los que sistemáticamente agacha la cabeza, no sé si para asegurarse un puesto en el consejo de dirección de una multinacional en el momento de su retirada o por su manifiesta debilidad a la hora de defender las propuestas con las que la gente confió en ellos. Se trata, por tanto, de reformular la socialdemocracia dotándola de contenido y entendiendo a la población, saliendo a la calle y escuchando los problemas de la gente, buscando soluciones de consenso sin retroceder ante las presiones económicas y apostando por un desarrollo coherente sin desigualdades que nos lleven a un abismo social del que no sea posible salir; todo ello sin necesidad de encontrar un personaje carismático que enarbole una bandera pintada de derechos sociales irrealizables y salve, provisionalmente, de la desaparición la débil y marchita rosa roja.




Rubén Cabecera Soriano.


Mérida a 9 de noviembre de 2013.

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